viernes, 18 de octubre de 2019

Los asquerosos - parte III


Te sientas a la mesa. Sois los únicos en el restaurante. Te acompañan Eva y su novia, tu madre y un señor que no conoces que debe ser el tal Manolo. Todos van vestidos muy elegantes. Te miras y maldices: llevas puesta la ropa del trabajo de esta mañana. El tal Manolo propone un brindis que no entiendes. Todos ríen y asienten. Entrechocar de copas. Parecen estar de acuerdo con el tal Manolo. Brindas de mala gana y maldices para dentro. “¿Quién será este señor?”,  te preguntas.
Cinco camareros trajeados os traen la comida. En cada plato alcanzas a ver una porción gigante de pizza. Miras a los comensales de tu mesa. Tanto tu madre como el resto no parecen extrañarse. Levantas la cabeza y miras. Todo es normal. Los camareros saliendo de vez en cuando de cocina. Algo parece no encajar cuando tu madre no ha desvariado aún.
—Bueno, a ver, no quiero ser la pelma del grupi, pero deberíamos comer ya, ¿no? —dice Eva entusiasmada­— ¡Que se nos enfría la comidinchi!
“Qué tía más imbécil”, piensas. El tal Manolo asiente y ríe ruidoso. El tal Manolo tiene los dientes amarillentos, la piel acartonada y los ojos de un triste gris plomo. Aún así, parece más joven que tu madre. El tal Manolo huele a tabaco y a colonia de hombre mayor. No te gusta el tal Manolo. Eva y su novia se besuquean y se cogen de la mano. Tu madre pasa la mano por el hombro del tal Manolo y éste le da un beso en la cabeza. Te molesta tanta felicidad.
Miras tu trozo de pizza: “juraría que se ha movido”, piensas. Todos agarran sus cubiertos. Das un trago del vaso de agua y vuelves a mirar tu plato. Un trozo de pizza para cenar. Tu madre odia la pizza, sin embargo parece estar encantada. “Le estará envenenando el tal Manolo”, comprendes. Prefieres no pensar en eso. Al menos no antes de comer. Agarras los cubiertos. Miras de nuevo la pizza de jamón y queso que hay encima. No parece estar muy caliente.
La pizza de tu plato se mueve. Un aleteo leve. Te levantas asustado. Miras a los demás, que te miran extrañados.
—Herminia, ¿qué te pasa ahora? —pregunta tu madre.
—La pizza…Se ha movido.
—Pero qué dices, chaval, cómo se va a… —el tal Manolo se queda mudo al ver todos los trozos de pizza saltar.
Las porciones brincan como peces fuera del agua que luchan por respirar. Todos encogen el rostro. Tu madre grita y se santigua. Miras tu plato: tu pizza ya no salta. Al poco tiempo, las demás le imitan. De repente, ves atónito como a tu porción de pizza le salen brazos y piernas. Se pone de pie y salta de nuevo. Se sacude a sí misma: ahora tiene ojos y una boca con dientes pequeños y afilados. Agita sus bracitos y piernas. Mira a sus compañeras. Ahora todas tienen brazos, piernas y cara. Tu pizza sonríe. Tu madre vuelve a santiguarse. La cara del tal Manolo es de puro terror, y Eva y su novia se tapan la cara la una a la otra.
—¿Pero es que nadie va a hacer nada? —te excusas por ser cobarde— A qué clase de restaurante me habéis traído. Madre, esto ¿qué  clase de broma es?
Las porciones de pizza comienzan a interpretar un baile en perfecta coreografía. Todas sonríen y enseñan sus dientitos. Sus pequeñas manos se abren y cierran mientras bailan algo parecido al hula.
—Mira, Manolo, ¡están haciendo el hula hula de las películas! —dice tu madre hurgándose en la nariz.
—Ay, pero qué cositas más monas. —dice Eva relajándose.
Todos ríen y aplauden el baile de las pizzas. No entiendes nada. Permaneces de pie. Odias este restaurante de felicidad y pesadilla en el que ahora ya nada tiene sentido. Tu madre dispara la primera pelotilla de moco e impacta en el ojo de una de las pizzas. Tu madre ríe y recarga. Dispara. Segundo impacto certero. La pizza afectada por las mucosidades arrojadizas de tu madre emite algo parecido a un grito. Sus compañeras detienen el baile y miran el impacto en el ojo de la pizza herida. Ahora todas saltan como umpa lumpas enfurecidos. La pizza herida mira a tu madre desafiante. Saliendo de su plato agarra el cuchillo y emite otro gritito agudo. Sus compañeras le imitan.
—Esto está dejando de tener gracia. —tiembla el tal Manolo —Dónde están los camareros cuando…
Una de las pizzas salta sobre la cara del tal Manolo. Le agarra del pelo. El peluquín del tal Manolo cae al suelo, dejando a relucir una brillante calva. La pizza y tu madre están desconcertadas. La pizza se agarra a la solapa del tal Manolo y comienza a acuchillar mientras arenga a sus compañeras. El tal Manolo sangra y cae al suelo. Tu madre dispara. A Eva le han acuchillado en un ojo. Sonríes. La novia de Eva tiene un cuchillo clavado en el cuello. Una escena que parece dirigida por el mejor Tarantino.
El trozo de pizza restante te mira. Sostiene el cuchillo y te grita. “Tengo que salir de aquí”, decides. Y corres como nunca lo has hecho. La pizza salta desde la mesa y corre detrás de ti. Sus compañeras siguen trinchando. Al menos tu madre ha dejado tuerta a una de sus enemigas con su última pelotilla.
Sigue la persecución. Te sabe la boca sangre. No encuentras la salida. Los camareros han desaparecido. La pizza te pincha un tobillo. Gritas de dolor y ella lo celebra. Entras en la cocina a trompicones. El corazón se te sale del pecho. Tienes flato. La puerta de la cocina se abre. No tienes escapatoria. La pizza descubre tu patético escondite agachado al lado de la nevera. Comprendes que no tienes escapatoria. Cuchillo en alto, la pizza avanza hacia a ti corriendo.
Despiertas sudoroso. La boca pastosa. Te duele mucho la barriga. Respiras sobresaltado. “Ha sido una pesadilla”, razonas. Y de repente vomitas. Vomitas en el suelo de tu habitación.
Sonríes: con esto me libro de trabajar mañana y no veré a los asquerosos de la oficina.








miércoles, 16 de octubre de 2019

Los asquerosos - parte II


Huele a sopa con jerez y a lasaña de verduras. También distingues canela. “Tarta” sonríes. —Buenas tardes, hijín —dice sacando la cabeza por fuera de la cocina.
—Buenas tardes, madre. —salivas.
—¿Cómo te ha ido en el puerto? ¿Has arreglado muchos coches? —dice hurgándose en la nariz.
—Por enésima vez, madre, que trabajo en un importantísimo puesto de dirección de jefe de personal. —mientes mientras dejas el maletín de trabajo y te desabrochas el cinturón— Todo el mundo me respeta.
—Y yo qué sé, si en todos los sitios haréis lo mismo. ¿Has hecho muchos amiguitos? —simplifica tirando la pelotilla de moco con gesto rápido.
Suspiras de nuevo. Tu madre no se entera de nada, pero al menos te hace de comer. Tú nunca has querido aprender y tampoco quieres independizarte. “Porque se está muy bien en casa de madre, y papá hace tiempo que no está”, razonas. Algún día serás jefe de la empresa y ella se rendirá. Ese día dejará de hacer este teatro insoportable.
—Pero, esto está asqueroso. —escupes con una mueca de asco— Madre,  esto está soso y esto otro quemado.
—Había una vez un barquito chiquitito, Herminia.
—¿Ya estás otra vez? Que no soy Herminia. Soy tu hijo.
—No sé qué dices, Herminia. Yo no voy a jugar esta tarde al bingo porque he quedado con Manolo.
—¿Quién es Manolo? Estás mancillando la memoria de mi difunto padre?
—A quien buen árbol se arrima… ¡Cuchillo de palo! —y tu madre ríe mientras te da un manotazo en el hombro.
Ves un brillo de maldad en sus ojos que te hace sospechar. Tu madre enciende la tele y mira las noticias. Tú concedes y marcas el teléfono de la pizzería.
—Herminia, ¿cómo estás de lo tuyo?
—Bien, madre, bien. Mañana tengo una reunión importantísima. Así que me iré a la cama pronto esta noche —sonríes orgulloso.
—A enemigo que huye…¡No le mires el diente! —ríe de nuevo hurgándose en la nariz.
Una pizza familiar cuatro quesos y una mediana de barbacoa. Pagas al pizzero y devoras. Te abres varias cervezas.
—La tía esta de las noticias es una fresca, Herminia. En nuestra época esto no pasaba, que ya tengo 88 años —dispara la pelotilla y recarga de nuevo.
Estás borracho. Te has comido las dos pizzas. Has acabado con los tres litros de cerveza que quedaban en la nevera. Mientras, tu madre dispara pelotillas de moco más rápido que Lucky Luke vaciando un cargador. Terminas el último trago y te diriges a tu habitación.
—¿Dónde vas, Herminia?
No contestas. Y antes de quitarte la ropa ya estás durmiendo la mona sobre la cama sin deshacer.






martes, 15 de octubre de 2019

Los asquerosos - parte I


Lees el correo electrónico:

Buenos días,

Mañana reunión a las 8:00.

Un saludo.

Y empiezas mal la mañana. No llevas más de cinco minutos sentado en tu escritorio. Mañana reunión. Comprendes que eso implica entrar media hora antes de lo normal. Y vuelves a odiar a todo el mundo: odias a la jefa y sus reuniones tan productivas como el comer pan con pan. Odias a Álvarez, a su montaña inmensa de papeles contables desordenados y a su bigote, sobre todo a su bigote. Odias a García, y a su histrionismo majadero a todas horas sobre la importancia de ser un tío a la moda y del siglo XXI. Pero a quien odias más que a nadie es a Eva, la de Jurídico: no puede existir una persona tan alegre a todas horas, definitivamente no puede existir. “Menuda psicópata”, piensas.
Vas a la máquina y echas unas monedas. El café es una auténtica bazofia, pero esto sólo lo puedes arreglar con un café, razonas.
—¡Holi! ¡Hola holita a todis! Buenos días, compi de guerra, ¿cómo estás hoy?
—Buenos días, Eva.
—¿A que hace un día súper bueno?
—Sí, bueno… Oye, tengo mucho que hacer. Ya hablamos luego si no te importa —finges caminando hacia tu mesa.
Llevas un par de años en la oficina y tampoco quieres causar alboroto. Pagan bien y puedes pagar facturas y algún que otro vicio. Mezclas café y azúcar en una silla que conoció tiempos mejores. Mueves el ratón y se ilumina la pantalla: mañana reunión a las 8:00. Suspiras, bebes de un trago esa suerte de infusión y comienzas a trabajar.


—Qué, ¿descansando un ratito?
—Buenos días, jefa, pues comiendo algo, que no me dio a tiempo a desayunar esta mañana en casa —mientes pescando con la cucharilla las galletas ahogadas en un segundo café.
—Anda, ¿y eso?
—El puto móvil, que no sé por qué no ha sonado la alarma hoy. No la habré puesto bien anoche y me desperté con la hora justa.
—Ya… Bueno, pero ahora hay apps muy interesantes. ¿Has probado…
Y desconectas. Sostienes el último trozo de las campurrianas que le has robado a tu madre. Piensas en tu madre. Porque sabes que tu madre mataría por esas galletas y te has llevado las últimas de la caja sin avisar. Odias a la jefa porque siempre interrumpe tu descanso de media mañana para comer. La jefa huele a colonia de abuela y lleva uñas de gel. La odias porque huele a persona mayor aun siendo una mujer joven. La campurriana, harta de esperar se suicida en el fondo del vaso, salpicando tu mano.
—Sí, bueno… Oye, tengo mucho que hacer. Ya hablamos luego si no te importa —finges apurando la mezcla de galletas y café.
—Ah, sí, perdona por entretenerte. Eso es, ¡dale caña!
Las once y cuarto. Quieres un tercer café. Sólo por no trabajar: levantarte, estirar las piernas. Sabes que has desayunado por segunda vez demasiado pronto, y también sabes que un tercer café podría perjudicar la siesta de rigor diaria. “Un vaso de agua podría ser la solución”, concedes.
El móvil corporativo comienza su berrea: tienes un nuevo correo electrónico. Es la inútil de Eva anunciando los festivos navideños. El compromiso y un sentimiento de culpa nacido vete a saber de qué, te recuerdan que este año tampoco vas a poder escaquearte de la cena de navidad.
Las doce, oyes algo parecido a un mamut con obesidad mórbida y con problemas de psicomotricidad acercarse detrás de ti. Es Álvarez.
—Adivina quién tiene menos ganas de trabajar que un mono en bikini.
—¿Qué dices ahora de monos y de bikinis, Álvarez?
—Que me aburro. No tengo más ganas de trabajar. Vámonos a fumar un piti, que pareces un mosquito borracho con la cara esa de gafas.
—Pero si yo no fumo.
—Si yo tampoco, si es por tomar el aire y hablar de nuestras cosas.
—Vaya tela, cómo vienes hoy. A propósito, necesito que me mandes cuando puedas las cuentas anuales del año pasado.
—¿Las qué? —reía Álvarez atusándose el bigote.
—Venga, céntrate, necesito que me mandes las cuentas anuales del año pasado, la Memoria si quieres no me la mandes. Necesito sobre todo la PyG porque…
Y Álvarez se ríe. Ríe a carcajadas doblándose por la mitad como si se hubiera hecho el harakiri en tus narices. Todo el mundo se vuelve y os ve debido al open space que tu querida jefa tuvo la brillante idea de poner, y gracias al cual la intimidad en situaciones como ésta pasó a mejor vida. El mamut sigue riéndose y da golpes en el suelo con sus tremendas patas mientras se tira del bigote y tiene la otra mano en la tripa.
—Es que… —carcajea el paquidermo de Álvarez— lo siento, pero no puedo…
—Pero, ¿se puede saber de qué te ríes?
—No, que te vas a cabrear conmigo y luego no quieres ir a echarte un piti —ríe limpiándose una lágrima— ¿Qué es lo que me has dicho que querías?
—La PyG, pero que me digas qué te pasa.
—No sabías que eras un gafas —intentaba recomponerse sin mucho éxito el gordo.
—El sábado, que me desperté con una conjuntivitis que te cagas y me han dicho que hasta dentro de una semana no use lentillas otra vez. Que me cuentes qué coño te pasa.
—¡Que pareces una mezcla entre Mortadelo y Austin Powers! Venga, di: ¡he perdido mi mojo, Súper!
Y la carcajada se hace viral. Lo que antes era un murmullo travieso ahora es una risa general. Odias a Álvarez por sus bromas absurdas sobre animales. Álvarez tiene un bigote enorme que pasa las horas atusando. Odias el bigote de Álvarez porque es igual de grande y gordo que él. Álvarez huele a una mezcla entre Varón Dandy, madera y sudor, y aunque ese olor le iba como anillo al dedo le odiabas igualmente por venir a molestarte cada vez que se aburría. Día tras días desde que entraras en la empresa.
—Ya… —y como en realidad no sabes qué decir, decides poner cara de asco y darte la vuelta para seguir con el trabajo.
—Venga, no te cabrees, coño. —trataba de calmarse— Ahora te mando eso. He perdido mi mojo, Súper…
Y al fin se fue. La marabunta de ojos aún te miraba. Con cara de sorprendidos los menos. Con la mano en la boca aguantando la risa la mayoría. Y por esto también odias al calvo, gordo y bigotudo de Álvarez: por su gusto estrambótico de montar numeritos en medio de la oficina. Decides ignorar aquello, por tu salud mental. Ese capullo al menos era un trabajador impecable: no habían pasado ni dos minutos y ya tienes el correo con el documento que necesitas. Abres el documento de Álvarez y sigues trabajando.
Para la una y media ya has terminado todo el trabajo. Aún quedan dos horas para salir. Algo que siempre te ha molestado es tener que estar en una oficina por obligación sin nada que hacer. La jefa no deja salir antes. Así que tienes que hacer como que trabajas otro día más. Vas al baño. Sonríes de forma pícara. No hay nadie. Aunque ya no te importa si hay alguien o no para dejar el baño apestado. Te bajas los pantalones y te sientas. El café, con retraso pero de forma efectiva, facilita la gestión y comienzan a llover piedras en el río.
No te percatas: haces tanta fuerza que te salpicas las piernas. Tanto que tu pantalón beige claro da buena cuenta de ello. Te limpias, te subes los pantalones y vas al lavabo.
—Oh, Jesús, María y José, ¿pero quién se ha muerto dentro de este baño? Tío, ¿qué has comido anoche?. De verdad, estás podrido.
—Déjame en paz, García. Si sé que vas a entrar tú también al baño echo más mierda ahí dentro.
—Pero, tío, que estás podrido. Tienes que cuidarte, tío. Tú lo del real fooding como que no, ¿verdad? Además, ¡que te has mojado los pantalones!
—Piérdete, anda. Podré comer lo que me dé la gana, ¿no?
—Claro, tío, pero más fruta. Deja de comer bollos, tío. Eso no se lleva nada. ¿Qué te ha pasado esta semana? Llevas por lo menos dos semanas sin recortarte ni arreglarte la barba, tío.
—¿Pero me quieres dejar en paz?
—Me han contado lo que te ha pasado con Álvarez. Tú ni caso, tío. Ese es un ordinario y…

Odias a García porque en cuanto te ve eres hombre muerto. Paco Rabanne siempre anuncia su llegada a cualquier lugar: “debe haber agotado las reservas de Invictus para los siguientes tres años en todo el país”, piensas. Intentas ignorar todo lo que puedes mientras te lavas las manos. No has terminado de secártelas y vuelve a soltarte otro discurso con el mismo entusiasmo del Che antes de morir fusilado. De lo que hable te da igual. Odias a García por ser una metralleta de palabras. No distingue a amigos de enemigos. Un asesino de paciencias desalmado. Su munición depende del día: el cambio climático, su vida como influencer fitness, real fooding, su odio contra la bollería industrial o la importancia de ir depilado y bien conjuntado siendo hombre son sus balas favoritas.
—Oye, tengo mucho que hacer. Ya hablamos a la salida si no te importa, ¿vale? —mientes mientras cierras la puerta del baño de un portazo y le dejas hablando solo.
La hora de salida suele ser un caos. El botón de apagar equipo se aprieta de forma unánime. Le sucede una avalancha de zapatos agolpados contra la máquina de fichar. Y por último el marco de la puerta resiste como puede cuando todos intentan salir a la vez.
Esperas. No te gustan las aglomeraciones. A los cinco minutos ya no queda nadie. Apagas el ordenador, fichas y te diriges a la salida. Arrancas el coche, bluetooth y escuchas tu canción de coche. Porque toda persona en sus cabales debe tener una canción de coche para salir de trabajar.


Mandíbula - Mónica Ojeda

Argumento Fernanda Montero, una adolescente fanática del horror y de las creepypastas (historias de terror que circulan por inte...