martes, 15 de octubre de 2019

Los asquerosos - parte I


Lees el correo electrónico:

Buenos días,

Mañana reunión a las 8:00.

Un saludo.

Y empiezas mal la mañana. No llevas más de cinco minutos sentado en tu escritorio. Mañana reunión. Comprendes que eso implica entrar media hora antes de lo normal. Y vuelves a odiar a todo el mundo: odias a la jefa y sus reuniones tan productivas como el comer pan con pan. Odias a Álvarez, a su montaña inmensa de papeles contables desordenados y a su bigote, sobre todo a su bigote. Odias a García, y a su histrionismo majadero a todas horas sobre la importancia de ser un tío a la moda y del siglo XXI. Pero a quien odias más que a nadie es a Eva, la de Jurídico: no puede existir una persona tan alegre a todas horas, definitivamente no puede existir. “Menuda psicópata”, piensas.
Vas a la máquina y echas unas monedas. El café es una auténtica bazofia, pero esto sólo lo puedes arreglar con un café, razonas.
—¡Holi! ¡Hola holita a todis! Buenos días, compi de guerra, ¿cómo estás hoy?
—Buenos días, Eva.
—¿A que hace un día súper bueno?
—Sí, bueno… Oye, tengo mucho que hacer. Ya hablamos luego si no te importa —finges caminando hacia tu mesa.
Llevas un par de años en la oficina y tampoco quieres causar alboroto. Pagan bien y puedes pagar facturas y algún que otro vicio. Mezclas café y azúcar en una silla que conoció tiempos mejores. Mueves el ratón y se ilumina la pantalla: mañana reunión a las 8:00. Suspiras, bebes de un trago esa suerte de infusión y comienzas a trabajar.


—Qué, ¿descansando un ratito?
—Buenos días, jefa, pues comiendo algo, que no me dio a tiempo a desayunar esta mañana en casa —mientes pescando con la cucharilla las galletas ahogadas en un segundo café.
—Anda, ¿y eso?
—El puto móvil, que no sé por qué no ha sonado la alarma hoy. No la habré puesto bien anoche y me desperté con la hora justa.
—Ya… Bueno, pero ahora hay apps muy interesantes. ¿Has probado…
Y desconectas. Sostienes el último trozo de las campurrianas que le has robado a tu madre. Piensas en tu madre. Porque sabes que tu madre mataría por esas galletas y te has llevado las últimas de la caja sin avisar. Odias a la jefa porque siempre interrumpe tu descanso de media mañana para comer. La jefa huele a colonia de abuela y lleva uñas de gel. La odias porque huele a persona mayor aun siendo una mujer joven. La campurriana, harta de esperar se suicida en el fondo del vaso, salpicando tu mano.
—Sí, bueno… Oye, tengo mucho que hacer. Ya hablamos luego si no te importa —finges apurando la mezcla de galletas y café.
—Ah, sí, perdona por entretenerte. Eso es, ¡dale caña!
Las once y cuarto. Quieres un tercer café. Sólo por no trabajar: levantarte, estirar las piernas. Sabes que has desayunado por segunda vez demasiado pronto, y también sabes que un tercer café podría perjudicar la siesta de rigor diaria. “Un vaso de agua podría ser la solución”, concedes.
El móvil corporativo comienza su berrea: tienes un nuevo correo electrónico. Es la inútil de Eva anunciando los festivos navideños. El compromiso y un sentimiento de culpa nacido vete a saber de qué, te recuerdan que este año tampoco vas a poder escaquearte de la cena de navidad.
Las doce, oyes algo parecido a un mamut con obesidad mórbida y con problemas de psicomotricidad acercarse detrás de ti. Es Álvarez.
—Adivina quién tiene menos ganas de trabajar que un mono en bikini.
—¿Qué dices ahora de monos y de bikinis, Álvarez?
—Que me aburro. No tengo más ganas de trabajar. Vámonos a fumar un piti, que pareces un mosquito borracho con la cara esa de gafas.
—Pero si yo no fumo.
—Si yo tampoco, si es por tomar el aire y hablar de nuestras cosas.
—Vaya tela, cómo vienes hoy. A propósito, necesito que me mandes cuando puedas las cuentas anuales del año pasado.
—¿Las qué? —reía Álvarez atusándose el bigote.
—Venga, céntrate, necesito que me mandes las cuentas anuales del año pasado, la Memoria si quieres no me la mandes. Necesito sobre todo la PyG porque…
Y Álvarez se ríe. Ríe a carcajadas doblándose por la mitad como si se hubiera hecho el harakiri en tus narices. Todo el mundo se vuelve y os ve debido al open space que tu querida jefa tuvo la brillante idea de poner, y gracias al cual la intimidad en situaciones como ésta pasó a mejor vida. El mamut sigue riéndose y da golpes en el suelo con sus tremendas patas mientras se tira del bigote y tiene la otra mano en la tripa.
—Es que… —carcajea el paquidermo de Álvarez— lo siento, pero no puedo…
—Pero, ¿se puede saber de qué te ríes?
—No, que te vas a cabrear conmigo y luego no quieres ir a echarte un piti —ríe limpiándose una lágrima— ¿Qué es lo que me has dicho que querías?
—La PyG, pero que me digas qué te pasa.
—No sabías que eras un gafas —intentaba recomponerse sin mucho éxito el gordo.
—El sábado, que me desperté con una conjuntivitis que te cagas y me han dicho que hasta dentro de una semana no use lentillas otra vez. Que me cuentes qué coño te pasa.
—¡Que pareces una mezcla entre Mortadelo y Austin Powers! Venga, di: ¡he perdido mi mojo, Súper!
Y la carcajada se hace viral. Lo que antes era un murmullo travieso ahora es una risa general. Odias a Álvarez por sus bromas absurdas sobre animales. Álvarez tiene un bigote enorme que pasa las horas atusando. Odias el bigote de Álvarez porque es igual de grande y gordo que él. Álvarez huele a una mezcla entre Varón Dandy, madera y sudor, y aunque ese olor le iba como anillo al dedo le odiabas igualmente por venir a molestarte cada vez que se aburría. Día tras días desde que entraras en la empresa.
—Ya… —y como en realidad no sabes qué decir, decides poner cara de asco y darte la vuelta para seguir con el trabajo.
—Venga, no te cabrees, coño. —trataba de calmarse— Ahora te mando eso. He perdido mi mojo, Súper…
Y al fin se fue. La marabunta de ojos aún te miraba. Con cara de sorprendidos los menos. Con la mano en la boca aguantando la risa la mayoría. Y por esto también odias al calvo, gordo y bigotudo de Álvarez: por su gusto estrambótico de montar numeritos en medio de la oficina. Decides ignorar aquello, por tu salud mental. Ese capullo al menos era un trabajador impecable: no habían pasado ni dos minutos y ya tienes el correo con el documento que necesitas. Abres el documento de Álvarez y sigues trabajando.
Para la una y media ya has terminado todo el trabajo. Aún quedan dos horas para salir. Algo que siempre te ha molestado es tener que estar en una oficina por obligación sin nada que hacer. La jefa no deja salir antes. Así que tienes que hacer como que trabajas otro día más. Vas al baño. Sonríes de forma pícara. No hay nadie. Aunque ya no te importa si hay alguien o no para dejar el baño apestado. Te bajas los pantalones y te sientas. El café, con retraso pero de forma efectiva, facilita la gestión y comienzan a llover piedras en el río.
No te percatas: haces tanta fuerza que te salpicas las piernas. Tanto que tu pantalón beige claro da buena cuenta de ello. Te limpias, te subes los pantalones y vas al lavabo.
—Oh, Jesús, María y José, ¿pero quién se ha muerto dentro de este baño? Tío, ¿qué has comido anoche?. De verdad, estás podrido.
—Déjame en paz, García. Si sé que vas a entrar tú también al baño echo más mierda ahí dentro.
—Pero, tío, que estás podrido. Tienes que cuidarte, tío. Tú lo del real fooding como que no, ¿verdad? Además, ¡que te has mojado los pantalones!
—Piérdete, anda. Podré comer lo que me dé la gana, ¿no?
—Claro, tío, pero más fruta. Deja de comer bollos, tío. Eso no se lleva nada. ¿Qué te ha pasado esta semana? Llevas por lo menos dos semanas sin recortarte ni arreglarte la barba, tío.
—¿Pero me quieres dejar en paz?
—Me han contado lo que te ha pasado con Álvarez. Tú ni caso, tío. Ese es un ordinario y…

Odias a García porque en cuanto te ve eres hombre muerto. Paco Rabanne siempre anuncia su llegada a cualquier lugar: “debe haber agotado las reservas de Invictus para los siguientes tres años en todo el país”, piensas. Intentas ignorar todo lo que puedes mientras te lavas las manos. No has terminado de secártelas y vuelve a soltarte otro discurso con el mismo entusiasmo del Che antes de morir fusilado. De lo que hable te da igual. Odias a García por ser una metralleta de palabras. No distingue a amigos de enemigos. Un asesino de paciencias desalmado. Su munición depende del día: el cambio climático, su vida como influencer fitness, real fooding, su odio contra la bollería industrial o la importancia de ir depilado y bien conjuntado siendo hombre son sus balas favoritas.
—Oye, tengo mucho que hacer. Ya hablamos a la salida si no te importa, ¿vale? —mientes mientras cierras la puerta del baño de un portazo y le dejas hablando solo.
La hora de salida suele ser un caos. El botón de apagar equipo se aprieta de forma unánime. Le sucede una avalancha de zapatos agolpados contra la máquina de fichar. Y por último el marco de la puerta resiste como puede cuando todos intentan salir a la vez.
Esperas. No te gustan las aglomeraciones. A los cinco minutos ya no queda nadie. Apagas el ordenador, fichas y te diriges a la salida. Arrancas el coche, bluetooth y escuchas tu canción de coche. Porque toda persona en sus cabales debe tener una canción de coche para salir de trabajar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mandíbula - Mónica Ojeda

Argumento Fernanda Montero, una adolescente fanática del horror y de las creepypastas (historias de terror que circulan por inte...