jueves, 1 de octubre de 2020

Ópera prima


Llegó con el correo de primera hora. Un pequeño sobre con la dirección de la comisaría de policía. Lo agitan. Es muy ligero. Algo pequeño salta en su interior. Lo pasean por todas y cada una de las estancias, pero nadie esperaba una carta. Dándose por vencidos lo devuelven a Administración. “Alguien lo reclamará”, dicen. Pero pasan las horas. El sobre sigue en su sitio. A última hora deciden abrirlo. Una llave hace el papel de abrecartas, y un pequeño pen drive se precipita sobre la mesa. Se miran. Observan el objeto anónimo que alguien envió a la policía.

Al enchufarlo al ordenador sólo hay un archivo de vídeo con el nombre de “Ópera prima”. 

Doble click.




. . .




Al principio es un sonido difuso. Un martilleo en la cabeza. Una sensación similar a la peor de las resacas. ¿Dónde estás? Te preguntas. Embotado: la cabeza es un trillar de mil agujas atravesándote el cerebro. Los párpados pesan, y la lengua hace mucho que dejó de estar húmeda, y duele. Estás en una silla atado de pies y manos. Abres un ojo, el que puedes. Sólo ves oscuridad. Forcejeas, pero es inútil. Gritas: pide socorro. Nada. ¿Cómo has llegado aquí? Te preguntas en voz alta, pero no lo sabes. No recuerdas. Andabas en dirección a casa al salir de trabajar. Ahora estás aquí. Tienes hambre y hace frío. Parpadea. No se distingue nada: la negrura es total. Intentas forcejear de nuevo y pides auxilio. El mismo resultado.

Y de repente oyes un ruido. Al principio imperceptible, pero vuelve a repetirse: pasos. Vienen de arriba. Alguien se acercaba. Un terror primordial te invade y paraliza. Los pasos se acercan: bajando una escalera. Los notas cerca. De repente, silencio. No te has vuelto loco. Estaban ahí. Alguien está a tu alrededor. Un sudor frío recorre tu espalda: no lo puedes ver, pero está ahí. Como el más aterrador de los fantasmas. Rondando. Una sombra de pesadilla camuflada en la oscuridad, invisible. Click: un fogonazo. Te observa. Delante de ti una figura enmascarada te observa, impasible. No se mueve. No parece siquiera estar vivo. Como si un muro de hielo os separara. Arrastrado por la locura gritas: ¿quién eres? ¿Qué quieres de mí?

De repente, se vuelve a ir la luz. Oscuridad. Al volver la luz no hay nadie. Un picotazo en el cuello. Ruido de zapatos alejándose. La conciencia se te empieza a escurrir. Las formas se vuelven vaporosas. La realidad muta, desdibujando sus contornos. Ruido de zapatos acercándose. De nuevo inmóvil como un espantapájaros. ¿Ehm…..a mtarrr?, aciertas a decir. La figura enmascarada sigue observando. Lleva una máscara blanca. Envuelto con una capa, espera. El somnífero sigue su camino por tu cuerpo, impidiéndote mover el cuerpo. Giras la cabeza y a la izquierda ves un piano negro de teclas amarillentas. De dentro de la capa, la figura enmascarada saca una mano: su dedo señala algún punto detrás de ti. Se acerca. Nooooo… Las palabras se arrastran por tu boca. Te levanta y gira. Vuelve a señalar. Un horror que resquebraja tu conciencia: estás en una especie de escenario. Por debajo de ti varias hileras de sillas sobre las que descansan cuerpos. Cadáveres con muecas en el rostro: ojos abiertos, fijados con extraños hilos de metal. Cabezas afeitadas al cero. La boca a medio coser, como si su último grito se hubiera congelado para siempre en sus caras. Las palmas de las manos, volteadas hacia arriba marcadas: todos marcados con una especie de flor en la cabeza y en las palmas de las manos.

Empiezas a llorar. Miras a tu acompañante. ¿Hace cuánto tiemblas? Sus pasos resuenan, clavándose en tu sien. Se dirige al piano. Una melodía fúnebre comienza a llenar la estancia. La figura interpreta: deslizando sus manos a lo largo y ancho del teclado. Restallando cada nota como la punta de un látigo para unos espectadores con un gesto de asombro sempiterno. Te observa. Una marcha fúnebre emana de sus manos. Forcejeas de nuevo. Apenas te puedes mover. De nuevo el silencio. Cierra la tapa del piano y se incorpora. En el centro del escenario hace una reverencia teatral al público. Entonces se gira hacia ti. Algo te dice que eres el siguiente en ocupar una de las sillas vacías.

Deja caer su capa y ves una bolsa colgando de sus hombros. Una maquinilla de afeitar y una navaja confirman tus temores. Cuando ha terminado se detiene. Un charco de pelos dorados se desparrama a tu alrededor. Lloras, paralizado por la droga inoculada y por la impotencia. El terror es una mano fría que te agarra del cuello. Los pasos se alejan de ti, perdiéndose a tu espalda. Te obligas a cerrar los ojos, en un intento de no ver tu futuro.Vuelve con una vara que termina en una extra rosa espinada al rojo vivo en una mano. Un enorme cuchillo en la otra. Luchas desesperado. Olor a carne quemada. Un dolor que retuerce tu alma. Ves cómo la mano del cuchillo se eleva despacio. Gotas de sangre salpican la máscara nacarada. Las únicas palabras que escuchas vienen de una voz grave y tétrica: 


—De tu sufrimiento crearé arte.







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