Tras El guardián invisible, más emoción, más tensión, más revelaciones en el segundo volumen de la Trilogía del Baztán.
«Amaia dio un paso adelante para ver el cuadro. Jasón Medina aparecía sentado en el retrete con la cabeza echada hacia atrás. Un corte oscuro y profundo surcaba su cuello. La sangre había empapado la pechera de la camisa como un babero rojo que hubiera resbalado entre sus piernas, tiñendo todo a su paso. El cuerpo aún emanaba calor, y el olor de la muerte reciente viciaba el aire.» Un año después de resolver los crímenes que aterrorizaron al pueblo de Baztán, la inspectora Amaia Salazar acude embarazada al juicio contra Jasón Medina, el padrastro de Johana Márquez, acusado de violar, mutilar y asesinar a la joven imitando el modus operandi del basajaun. Pero, tras el suicidio del acusado, el juicio debe cancelarse, y Amaia es reclamada por la policía porque se ha hallado una nota suicida dirigida a la inspectora, una nota que contiene un escueto e inquietante mensaje: «Tarttalo». Esa sola palabra destapará una trama terrorífica tras la búsqueda de la verdad.
Técnica
Legado en los huesos sigue la historia de Amaia Salazar justo por donde la dejó El guardián invisible. La novela comienza unos meses después de concluir el primer libro, justo unos días antes de que Amaia dé a luz a su hijo. Este es uno de los añadidos nuevos a la historia de la inspectora Salazar: en Legado en los huesos profundizaremos en la vida de Amaia, desde su reciente maternidad hasta las raíces de su familia. La novela está escrita del mismo modo que la anterior: en estilo directo y tiempo pasado, con un narrador omnisciente que irá alternando la trama principal y la investigación en curso con algunos episodios fechados en 1980 de los cuales Amaia no sabe nada y el lector sí. Esto supone un detalle que puede despistar al lector, ya que cuando leamos el primero de estos capítulos alternativos, descubriremos algunos detalles de la investigación sobre los que la inspectora no sabrá nada al respecto. Más adelante, según vayamos avanzando en la novela, comprobamos que todo está relacionado y esos capítulos cobran sentido con respecto a la trama principal.
Los personajes son los mismos que en el libro anterior, si bien se desarrollarán un poco más dada la nueva trama principal, que comienza una vez Amaia se reincorpora al trabajo. Sin embargo, la mente de la inspectora está partida en dos: solucionar el nuevo caso y su hijo recién nacido. Es esta maternidad de la inspectora, junto con las relaciones con miembros de su familia, lo que compone el abanico de tramas secundarias. En mi opinión, la propuesta de la inspectora Salazar como madre primeriza no funciona demasiado bien. Si bien es cierto que en las primeras páginas nos llama la atención este lado tierno de la inspectora fría que conocimos en el primer volumen de la trilogía, poco a poco Amaia se acaba volviendo un personaje repelente. Los abundantes tramos en los que Amaia piensa en su hijo, le da el pecho o trata los problemas de ser madre primeriza son llamativos al principio, pero acaban siendo intrascendentes. Esto se debe a que el hecho de ser madre primeriza no aporta nada a la novela, al abordar estos problemas que puede tener cualquier otra madre primeriza sin que esto trascienda en la trama principal: compaginar el trabajo con su maternidad, intentar no descuidar su relación de pareja o pensar que no es una buena madre y estar fallando a su hijo. Por otro lado, veremos cómo la inspectora recuerda a su madre en algunos puntos de la novela, sorprendiéndose ella misma y al lector, logrando profundizar y llenar más a un personaje rico y bien desarrollado. Este es el motivo por el que Amaia habla tanto de su hijo, lo que me interesa como lector, pero se le da más peso a su responsabilidad como madre que a lo que ella pueda sentir, repitiéndose hasta la saciedad. En esta novela veremos como la inspectora se verá reflejada en su pasado, siendo atractiva la lucha interna de la protagonista por evitar reproducir los comportamientos de su madre. Una vez más, el papel de James como elemento neutralizador de la vorágine en la que Amaia se encuentra en varias partes de la novela es fundamental.
El resto de personajes acaban siendo una prolongación del libro anterior, aunque los nuevos que son introducidos en esta novela apenas tienen peso en la trama principal, y no van más allá de ser utilizados para algo concreto que era necesario para el desarrollo de la misma. Destaca el papel del inspector Fermín Montes, evolucionando y cambiando la imagen que teníamos de él en El guardián invisible. Algo que llama la atención es la solemnidad con la que se tratan los personajes entre ellos, sin importar que sean compañeros de trabajo habituales o familiares. Todos se hablan con un respeto excesivo, además de ser personajes de comportamiento muy serio y formal, ya sean familiares, criminales o miembros de una misma familia. Sólo las escenas con el juez Markina introducen cierta tirantez y algo de humor al relato, que queda huérfano de algo que rompa la monotonía.
Con respecto a la investigación, en Legado en los huesos aparece un nuevo criminal conocido como el asesino del Tarttalo. Esta trama principal comienza en los juzgados, en el juicio de Jason Medina por el asesinato de su hijastra. Medina se suicida justo antes de entrar en el juzgado y deja una carta dirigida a la inspectora en la que figura la palabra Tarttalo. A partir de aquí, surge el caso por el que Amaia tendrá que descubrir quién es el autor de este movimiento de crímenes en el que los asesinos se llevan una parte del brazo de sus víctimas una vez asesinadas. En la novela anterior ya vimos algunas pistas cuando a Johana Márquez le amputaron medio brazo una vez fue asesinada. De manera paralela, Amaia es requerida personalmente para investigar un crimen en una iglesia del Baztan: alguien ha destrozado algunos símbolos sagrados. Es en este punto en el que Dolores Redondo se hace fuerte: trazando una investigación profunda y enrevesada, en la que no tendremos más remedio que dejar hacer a Amaia y a su equipo al no poder sospechar ni de lejos el resultado final. Redondo plantea una trama principal que relaciona bien con las tramas secundarias, haciéndonos discurrir por riachuelos hasta terminar en la corriente principal al final de la novela. El hecho de que en el primer libro de la trilogía ya se vieran indicios de la investigación de esta segunda novela, nos hace ver que la autora sigue un hilo principal que probablemente culmine en la tercera novela de la saga. A través de esta investigación descubriremos más sobre el pasado de la inspectora, sobre todo de su infancia y de su relación con su madre. De nuevo se aprecia un trabajo de documentación sobresaliente para componer el conjunto de escenarios de la novela, tanto a lo referido a costumbres y mitología como en lo referente a la sistemática de trabajo policial.
También merece la pena hablar sobre el apartado esotérico de la novela. En El guardián invisible veíamos ciertos ramalazos de mitología que adornaban y enriquecían la trama principal. En esta novela Redondo va más allá, dándonos a entender que todo es real y algo sobre lo que la propia Amaia acaba siendo consciente según avanza la novela. De la misma manera que en el primer libro la parte mística era un revulsivo para el relato, en Legado en los huesos desconcierta al lector, puesto que nos hace pensar que algunos los logros de Amaia se deben a sus habilidades sobrenaturales en lugar de a su habilidad como inspectora. Esto culmina en un final de novela en el que aparece un Deus ex machina como recurso para solucionar el conflicto a través de los misteriosos silbidos que suenan en algún lugar del bosque, guiando a la protagonista hacia su destino. La diferencia fundamental con la primera novela es que este tipo de sucesos parecen ocurrir en la imaginación de la inspectora, o como algo con explicación racional. En Legado en los huesos los silbidos del Basajaun son invocados de manera consciente por la protagonista, reclamando ayuda en momentos de necesidad. Esto también es aplicable a las tiradas del Tarot que hace la tía de Amaia: ahora no sabemos si lo que ve Engrasi en las cartas se cumple por pura casualidad y azar, o porque realmente es capaz de ver el futuro.
En lo referente al ritmo, Legado en los huesos sigue los pasos de su predecesor y nos trae una historia cocinada a fuego lento. Con todo lo anterior, la percepción que tuve fue de leer una historia que sorprende menos, llena de descripciones que no llevan a ninguna parte más allá de demostrar el gran gusto estético de su autora.
El final de la novela no anima a seguir leyendo. A pesar de todo el bombo que se le da a la investigación, el final resulta atropellado y con villanos poco impactantes. Estos personajes, lejos de funcionar, acaban siendo poco carismáticos y no dejan huella alguna. Tanto es así que la única amenaza para la inspectora que queda a priori en la siguiente novela es un problema que se puede solucionar solo: esperando sin necesidad de que Amaia haga nada, dada la edad y el estado de la persona en cuestión.
A destacar
Trabajo de documentación: vemos una vez un trabajo de campo impecable, que nos trae imágenes de la naturaleza en el valle del Baztan. También se aprecia minuciosidad y pulcritud en el trato que le da Redondo a todo lo relacionado con lo policial. Una investigación muy bien planteada y enrevesada que hará impacientar al lector y querer devorar páginas.
Personajes bien definidos: otra seña de identidad de Dolores Redondo es la profundidad de su personaje principal y secundarios. Tanto Amaia como los personajes cercanos a ella son personajes pulidos y muy creíbles con los que el lector empatizará.
Disgustos
Villanos nada trascendentes: algo que echo de menos en los libros de Dolores Redondo es la figura del villano. Un personaje antagonista que esté realmente a la altura de la inspectora Salazar y su equipo. Hasta ahora hemos visto criminales de pacotilla, rateros de poca monta que montan un alboroto y que Amaia acabará atrapando. A falta de un libro para concluir la trilogía, la sensación que da es que nada puede parar a la inspectora, más aún después de haber confirmado que tiene ciertas habilidades sobrenaturales. En este caso veremos a un criminal que impone más en lo que cuentan de él que en la realidad. Una vez Amaia da con él se entrega sin oponer resistencia, sucediendo todo demasiado deprisa.
Personajes demasiado solemnes: todos los personajes parecen estar debajo de una nube gris que ensombrece el relato. Todos los personajes parecen estar cortados con la misma tijera y tienen relaciones basadas en respeto y cortesía. Especial relevancia tiene un pequeño episodio de pelea entre la inspectora con otra persona en el que, aún en medio de golpes y puñetazos, siguen tratándose de usted y con respeto. Toda esta solemnidad me resulta poco creíble e impostada. Sólo las escenas en las que aparece el juez consiguen romper esta dinámica de seriedad absoluta, consiguiendo sacarnos una sonrisa tan necesaria en este tipo de historias con ritmo narrativo tan lento.
La parte esotérica que se desbanda y rompe lo establecido, pasando a ser un elemento real y tangible adicional. La imagen de inspectora sobresaliente en labores de investigación queda desdibujada al confirmarse las sospechas que Amaia tiene en el transcurso de Legado en los huesos: toda esa aura sobrenatural que le rodea es real. Esto hace que volvamos la vista a la novela anterior: en esos momentos en los que un silbido guiaba a Amaia por la novela. Lo que en un principio podíamos pensar que era sugestión o imaginación de la inspectora ahora es real, un ser sobrenatural que acude a la llamada de Amaia cuando ella lo requiera, además de las tiradas de Tarot que anticipan lo que ocurrirá. Una vez terminado Legado en los huesos no sabremos hasta qué punto tiene implicación todo esta parte paranormal.
Los episodios que el lector conoce y la policía no. El hecho de conocer datos sobre la investigación antes que Amaia coloca al lector en una posición comprometida, violando la regla que sentó Agatha Christie en el género: el lector nunca debe saber más que el detective.
Valoración: 5,5 🌟 / 10 🌟
Legado en los huesos nos trae la continuación de El guardián invisible. Dolores Redondo usa los mismos ingredientes: un tono oscuro, personajes carismáticos y una investigación compleja. La trama principal se interconecta bien con un amplio abanico de tramas secundarias, con el añadido de algunos personajes nuevos y algunas tramas como la reciente maternidad de la inspectora Salazar que condicionarán todo el libro. Sin embargo, la ausencia de villanos impactantes y a la altura de la inspectora hace que el lector se plantee la siguiente novela como un mero trámite para la inspectora. Esto se agudiza si tenemos en cuenta que la parte mística y esotérica que parecía envolver a Amaia se vuelve real, siendo ella consciente de la misma y consiguiendo hacer acudir a su llamada elementos sobrenaturales.
Por otro lado, la novela queda huérfana de algo que rompa la monotonía. Todos los personajes mantienen relaciones de extrema cortesía y respeto a pesar de ser criminales, familiares o compañeros de trabajo habituales. Especialmente relevante es una escena de pelea en la que la inspectora y su oponente se siguen tratando de usted en medio de puñetazos.
Con respecto al ritmo, la autora vuelve a traernos una historia cocinada a fuego lento, lo que unido a lo anterior provoca una sensación de pesadez en demasiados puntos de la novela. El final tampoco anima a seguir leyendo, puesto que la única amenaza que queda para Amaia se soluciona sola, esperando, dado la edad y el estado de la persona en cuestión.
Personalmente esperaba más de esta novela al haber disfrutado tanto la primera.
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